La democracia es la forma de participación de los ciudadanos en los asuntos de la política, que ha demostrado su validez desde hace siglos y que satisface a la mayoría de los países desarrollados del mundo. Sin embargo fuera de este ámbito político y circunscrito a la elección de dirigentes, la democracia no se practica con tanta efusión, a pesar del reconocimiento que tiene como fórmula de consenso y de convivencia.
Durante esta pasada campaña de las elecciones municipales y sin necesidad de tomar un curso intensivo de liderazgo, para profundizar en las teorías de Robert R. Blake y Jane S. Mouton, de Hersey Blanchard, o de Fielder y Vroom, podríamos afirmar que hubo dos clases de líderes políticos, los que escuchan y a los que hay que escuchar. Y siempre que hay dos posiciones, dos ejes, se puede articular una curva en el espacio tiempo y entonces tenemos una rejilla, o grid.
En este entramado en el que se desarrolla la acción política, caben cuatro posibles tiempos verbales, o procesos, que determinan a su vez cuatro tipologías de líder político. Los que primero escuchan y luego hablan, los que primero hablan y luego escuchan. Y así sucesivamente, los que primero escuchan y luego siguen escuchando y por último los que primero hablan y después siguen hablando.
Con estas cuatro posiciones de la rejilla situacional de la comunicación del líder político con sus electores, podríamos; si se lograra establecer qué número de ellos, se sitúan en cada una de las cuadrículas de referencia, evaluar la capacidad de escuchar de la clase política nacional.
Un país como el nuestro, que ha padecido monarquías despóticas, largas guerras y dictaduras, tiene una gran tradición de caudillos y por lo tanto de vasallos, fieles seguidores y víctimas. La población, aunque sea por aprendizaje vicario, ha introyectado los modos de relación, que se dan en las cortes, hemos aprendido a el arte del halago a los monarcas, sabemos como administrar las lisonjas y las pleitesías.
De los clanes hemos aprendido la sumisión al caudillo, la lealtad inquebrantable, la obediencia extrema y la sumisión.
Los caudillos suelen ser líderes obsesionados por la tarea, algunos son elegidos por una fuerza poderosa, otros por una invisible voluntad de dominio, pero todos parecen que tener una misión divina, la de conducirnos a todos, queramos o no, a la tierra prometida. No pierden su tiempo haciendo las relaciones sociales, el mínimo imprescindible para dar las ordenes y escuchar informes. Ellos quieren obediencia y prefieren la sumisión a toda costa, porque para estos líderes lo importante es alcanzar la meta, lograr los objetivos que ellos eligieron para la sociedad, aunque no hayan contado con nosotros.
Parece que estoy hablando de los reyes medievales, o de los fachas del Movimiento franquista, pero aunque aquel país ha quedado atrás, aun subyacen ancladas en nuestra conducta social, gestos y actitudes, que ponen de manifiesto que todavía hay en nuestra idiosincrasia conductas de vasallaje. Aquel caudillo visionario y refractario a escuchar, como el Juan Palomo, yo me guiso y yo me lo como, no cabe en una sociedad moderna y se debería erradicar, no porque sea un anacronismo, si no porque ha demostrado su inutilidad.
Porque lo importante para la sociedad no es alcanzar metas, no es crecer mucho, si no que lo hagamos juntos, es crecer bien. Las teorías modernas del liderazgo han evolucionado de la mano de la revolución tecnológica, que ha sacudido a las sociedades. Aspectos como la solidaridad, el consenso, la tolerancia y la igualdad se articulan en torno a las nuevas formas de gestionar a los grupos.
A raíz de los cambios que la tecnología aportó a la sociedad, el pueblo llano ha podido tener acceso a la información que hace unos decenios tenía vetada, ahora los datos, el conocimiento ya no está en manos de unos pocos. Internet ha popularizado los bancos de datos, las bibliotecas, las tesis y las investigaciones, hoy la información y el conocimiento son más accesibles que nunca.
La red ha traído consigo una revolución social y política impensable, como que este año 2007 han votado a través de Internet, los ciudadanos de varios países de Europa. Además de que votar a través de la red, es muchísimo más barato y efectivo, podemos saber los resultados con inmediatez.
También la revolución tecnológica, popularizó la ciencia, abrió al vulgo las puertas de la participación e involucró al pueblo en los grandes proyectos científicos. Hace apenas unos 15 años, la NASA recurría al poder de cálculo de los ordenadores de miles de ciudadanos, dispersos por el mundo, para poder realizar los complejos cálculos de sus radiotelescopios. En España este año con la aparición de ZIVIS, también llamado superordenador ciudadano o grid, creado por la Universidad de Zaragoza, entramos en esta dinámica participativa. ZIVIS logró una sinergia de 5.000 máquinas conectadas, que compartieron sus recursos informáticos ociosos gratuitamente, para contribuir a un importante proyecto científico de física de partículas.
ZIVIS representa otro ejemplo de esta nueva ola de participación ciudadana, en la que la ciudadanía se involucra y quiere hacer cosas que trasciendan más allá de sus vidas comunes. Los ciudadanos de Zaragoza, gente común y corriente, que dejó de serlo para integrarse en un equipo que brindó altruistamente la potencia de cálculo de sus ordenadores. Un centro de investigación, que no tenía el presupuesto suficiente para compararse un superordenador de 30 millones de euros encuentra el apoyo y la respuesta en ciudadanos de pié. El resultado que logró ZIVIS fue asombroso, porque rebasó todas las expectativas al alcanzar las 800.000 horas de cálculo, como se pudo ver en las noticias que salieron en los medios de comunicación.
La ciudadanía gracias a Internet ha creado una red y una estructura de flujos de información independiente de los grandes centros del poder tradicional que concentraba y acumulaba todo el conocimiento. Esto ha permitido crear una sociedad del conocimiento democrática. Pero esto que se dice en dos palabras, tiene tal impacto social, económico y político, que generará diferentes olas que sucesivamente transformarán la sociedad de una forma radical. Y uno de estos cambios es sin duda la aparición de una ciudadanía más participativa, solidaria, socioconsciente y creativa.
Es una nueva élite de ciudadanos, con acceso a los bancos de información. Es un grupo social que compara y evaluar los productos y los servicios, como programas políticos. Son personas capaces distinguir las promesas, de los hechos. Es una nueva tribu que dialoga con otras culturas, porque que se abren ante la otredad, y ya están demandado y exigiendo cambios sustanciales en los modos y maneras de hacer política.
Estos días podemos ver encuestas de opinión sobre la confianza que parece no tener la ciudadanía en la clase política nacional. Vemos con sonrojo algunos resultados, tomados al azar de una de estas encuestas que circulan estos días por la red. En un estudio de casi 4.500 encuestados. El 41% dice que los políticos nunca han merecido su confianza. El 42% dice que perdió mucho su confianza, porque los políticos no piensan en los ciudadanos. Sólo el 9% dice que la perdió un poco y que ya no se fía como antes y sólo un 8% sigue confiando en nuestra clase política. La ciudadanía no se fía, los discursos vacíos no les satisfacen, se sienten alejados de las decisiones que afectan a sus vidas, quieren certezas y no hay mayor certeza que participar uno mismo en las decisiones.
El reto que enfrentan los nuevos cargos electos, es lograr el crecimiento con todos, y eso sólo se logra con una nueva cultura política, que sea capaz de incorporar en su programa las necesidades y las expectativas de la ciudadanía. Para involucrar hay que saber ponerse en los zapatos del otro, ser capaz de generar un discurso cultural integrador, no sólo creíble, sino capaz de generar cohesión social. Además hay bases razonables, infraestructuras, planes y antecedentes para pensar que esto es posible en una sociedad como la nuestra.
Pero antes de lanzarnos a la piscina de la política participativa, que traerá una gran bonanza, hay que establecer unas bases sólidas, poner la mesa. La participación es una forma de cultura, tiene sus principios, sus valores, sus héroes, sus lenguajes y sus mitos. Como toda industria, la cultura de la participación puede tener una gran derrama económica, creando empleos y generando riqueza. Se puede diseñar una industria cultural para generar el desarrollo local sostenible, a través de la participación.
Pero para involucrar a las personas, se necesita algo más que planes, programas técnicos y económicos, se requiere de otra fuente de recursos, además de los financieros que proporcione la administración o las empresas, se necesita fomentar la creación de una sociedad del conocimiento integrada una clase social creativa. Los planes diseñados en los despachos necesitan, como decía una canción de Pablo Milanés, que a este amor de nosotros, le hacía falta carne y deseo también. Esa carne, es el músculo que ponemos los ciudadanos. Las personas somos los integrantes de esa clase creativa, que forma las modernas sociedades del conocimiento del siglo XXI. El reto de los políticos es escuchar a la ciudadanía y establecer escenario de participación, sólo eso, la sociedad de los países desarrollados está madura y sabe lo que quiere.
Hay voces autorizadas y reconocidas de teóricos del desarrollo urbano, como Charles Landry y Richard Florida, que también han llegado a conclusiones similares. Landry y Florida, cada uno por su cuenta, han sido contratados por diferentes gobiernos de países desarrollados, son leídos y consultados con fervor casi religioso por presidentes y líderes empresariales y sus obras han sido traducidas a docenas de idiomas. Sin embargo a los gobiernos les cuesta poner en marcha esta revolución, porque implica compartir el poder.
Mientras Landry, (The art of city-making) nos dice que crear ciudades es un arte y no una fórmula y que las capacidades para devolver el encanto a las ciudades van más allá de la arquitectura, la gestión de los servicios o la definición de los usos del suelo. Algo que también proclama el arquitecto Óscar Niemeyer, cuando asegura que lo importante no es la arquitectura, lo importante es la GENTE. Pues a pesar del peso específico de los declarantes, algunos todavía parecen empeñados en todo lo contrario. En el siglo XXI ya no es posible la dinamización cultural de una ciudad por decreto.
No se logra el desarrollo cultural, ni se fomenta la sociedad del conocimiento, si antes no se provoca el surgimiento de una clase creativa propia, y eso requiere abrir espacios de participación, establecer redes, fomentar el asociacionismo, en fin escuchar. Otra vez el triunfo de las ideas simples.
Por su parte Richard Florida preconiza para el desarrollo de la ciudad una teoría que ya se hizo popular, la de las tres “TES”, tecnología, talento y tolerancia, como la base del dinamismo cultural de una sociedad del conocimiento, de una ciudad creativa, donde se fomenta otra vez la participación ciudadana.
La sociedad moderna de las grandes ciudades, siguiendo el manual de Richard Florida de la famosas “TES”, ya tiene andada una buena parte del camino de la tecnología. Nuestras ciudades cuentan con poderosas redes de cables coaxiales, fibra óptica y una buena oferta de ADSL, grandes zonas urbanas ya están cubiertas con redes Wi-Fi, existen centros de investigación de I+D+I, una buena parte de la población ya está conectada a Internet y en casi todas las ciudades operan programas de divulgación y acercamiento a estas tecnologías.
La segunda “T”, es la de tolerancia. La tolerancia no es un asunto menor para desarrollar una sociedad de conocimiento. Es imprescindible que una comunidad se incluyente, pacífica e integradora, para que se respeten las diferencias culturales y se aprenda a convivir con la otredad. La tolerancia es un valor, por lo tanto aporta la riqueza de las visiones diferentes, de los debates que generan reflexiones y nuevas conclusiones.
La tercera “T” es el talento, contribuyen a formarlo los centros educativos, formativos y académicos, pero el talento formado en estos centros no es suficiente. Atraer al talento es importante, pero no más que no dejarlo escapar. También es importante rescatar de los ámbitos informales esa creatividad salvaje, que deambula por las calles, porque el talento que trabaja en los escenarios que subyacen a la oficialidad, es el que está más cerca de descubrir lo nuevo. El talento local no escuchado y marginado por la oficialidad, debe ser incorporado al proceso de fomentar una nueva clase creativa que impulse, aporte innovación y genere nuevos cambios al progreso.
Las tesis de Richard Florida fueron criticadas por el periodista Joel Kotkin, quien aseguró que algunas de las ciudades, que el especialista en economía urbana propuso como modelos, después de unos años de bonanza, sólo habían sido ciudades efímeras. Este sociólogo y escritor del Wall Street Journal, aportó datos estadísticos de algunas de las ciudades modelo de Flotida que reflejaban una crisis incipiente con descensos demográficos en los últimos años, escaso crecimiento económico, y un aumento preocupante de las tasas de paro en ciudades como San Francisco, Sidney, Londres o Berlín. Kotkin en su análisis, no se da cuenta de que el error, no se debe a la naturaleza del modelo de Florida, sino al fallo de la implementación, y esa fue responsabilidad de las autoridades locales de cada ciudad, los políticos cegados por alcanzar las metas se olvidaron de las relaciones, importaron el talento y no arraigó. No todo el talento se puede importar.
Tampoco es del todo cierto que el éxito glamoroso de estas ciudades se limite a los 90, y que por lo tanto sea fugaz, ni que esté vinculado, como dice Kotkin, a la insensatez de la corriente dotcom. Concluye Kotkin que las estrategias de los políticos municipales de esas ciudades coincidieron en centrarse en el diseño de ciudades con "glamour", volverlas muy atractivas culturalmente para atraer al turismo.
Esos alcaldes consideraron que la creación de una imagen de ciudad con calidad de vida y ambiente cultural servirá por si sola para atraer a los jóvenes profesionales creativos, que a su vez fueran el motor económico urbano. Pero según Kotkin descuidaron la buena gestión, las necesidades de los ciudadanos "normales" (por ejemplo, familias con hijos) y la eficiencia en los servicios decayó, luego los creativos importados no arraigaron se fueron.
Algunas de las conclusiones de Kotkien, sobre las propuestas de Florida al menos eran un poco chocantes, llegaba a insinuar que Florida proponía importar comunidades gays para fomentar el desarrollo de una ciudad.
Richard Florida tardó un tiempo en dar una cumplida y pensada réplica a Kotkin. Primero demostró que las conclusiones de Kotkin entran en contradicción con las evidencias estadísticas de otros autores y que estas ciudades mencionadas San Francisco, Sidney, Londres o Berlín en las últimas décadas, generaron más empleo y de mayor calidad y con salarios más altos.
Florida defiende que los resultados económicos no son un artificio provocado por el boom de la nueva economía en los 90, dado que sus datos se extienden a varias décadas del siglo pasado, y que no existe una oposición entre la calidad de vida para las clases creativas y para las familias tradicionales, pues los trabajadores creativos también buscan la diversidad, que una de las manifestaciones de la tolerancia y esas condiciones urbanas son también condiciones favorables atractivas para las familias. Pero además entre los miembros de esas familias hay individuos que pertenecen al sector de los trabajadores creativos.
La correlación positiva entre la proporción de homosexuales en una ciudad y su vitalidad económica sólo es indicadora del efecto de las clases creativas. Los homosexuales prefieren vivir en ciudades y barrios con ambientes sociales tolerantes; el comportamiento del famoso gay index que realiza en diferentes ciudades el equipo de Richard Florida es una consecuencia, no la causa del crecimiento económico.
Aunque no es ninguna secreto el impulso al desarrollo económico y cultural, que la comunidad gay de Chueca le dio al popular barrio del centro de Madrid, que estaba inmerso en un largo proceso de deterioro y marginalidad. Parece ser que hay cierto consenso en que comunidades urbanas ricas en tecnólogos, artistas trasgresores y marginales, bohemios y homosexuales, tienen índices de crecimiento muy superiores a la media.
Florida también dedica un esfuerzo especial a explicar su propuesta del papel de los gestores urbanos, para defenderse de las críticas que proponen que sus teorías promueven un exceso de intervencionismo y gasto público. Florida propone que los gestores deben limitarse a crear las condiciones propicias para el asentamiento de las clases creativas que a su vez generará crecimiento económico, pero no deben tratar de planificar "desde arriba" el proceso. Aún así, desde el punto de vista de los políticos, es difícil que entiendan esta distinción y no caigan en un exceso de planificación.
Si queremos lograr el crecimiento de un ciudad a través de la cultura se necesita transformarla en una ciudad creativa, y para ello es necesario fomentar ciertos valores, además de las tres “TES” y potenciar el capital social. La incidencia de los valores y del capital social en la creación y dinamización de las llamadas infraestructuras blandas, que son las que inciden en una mayor capacidad de transmisión y generación de conocimiento, son difíciles de visualizar. El papel del capital social en las ciudades se sitúa, también, en ese “lado blando”, en esas “infraestructuras invisibles”, tal y como las denomina Charles Landry en Creativity Cities que son imprescindibles para fomentar la innovación y la creatividad en los entornos urbanos.
A su vez la metodología de Landry semeja una modalidad de etnografía aplicada, con un sesgo hacia el paradigma “acto global, llamada local” y requiere que se identifiquen los recursos y las capacidades locales para capitalizarlas y movilizarlas, para situarlos en las redes globales culturales y económicas. Esto es algo poco usual en nuestra España, salvo casos aislados. En la intervención más reciente de Landry, que fue en una pequeña ciudad de Australia, resultó muy sintomático descubrir que, una vez realizado un diagnóstico de la ciudad, la principal barrera para realizar el cambio, eran las propias autoridades locales, las mismas que lo habían contratado, pero al menos habían rentabilizado su presencia mediante apariciones públicas.
Pero esta metodología de las tres “TES” no es todo lo que hace falta para que la ciudadanía participe y eso es una tarea pendiente en muchas ciudades españolas. Mi propuesta a las autoridades políticas es, que involucren más a la ciudadanía en la creación de una sociedad del conocimiento, que permitan la participación abandonando actitudes de dirigismo. Fomentar el conocimiento científico, popularizar la tecnología, incorporar del talento local y motivar las actitudes de tolerancia, son tareas que pendientes que se deben propiciar en los próximos años. Si queremos consolidar el proyecto de desarrollo urbano basado en las tres “TES” también debemos escuchar a sus críticos, como Joel Kotkin y no caer en las peores tentaciones.
Los economistas andan a la greña con las cifras y las estadísticas, sobre si es o no es una razón científica de peso la afirmación de Richard Florida de que las ciudades que más han crecido, en términos económicos, sociales y culturales, son aquellas que cuentan con una clase creativa, integrada por comunidades de tecnólogos, artistas, bohemios y gays. Pero en realidad son los políticos los que andan más preocupados por las tesis de Richard Florida y de Charles Landry, porque de sus tesis se infiere que el talento, tan necesario para lograr que florezca una sociedad del conocimiento, pasa por fomentar, reconocer y tomar en cuenta al talento local a través de la participación de la ciudadanía en las decisiones.
No se trata de aplicar la fórmula importada, porque salió de un prestigioso despacho donde unas lumbreras sacan conejos de la chistera, sin pisar el territorio, eso nunca arraiga. Ni planificar inmigraciones de talentos desarraigados, que cuando acaban su periodo laboral, regresan a su tierra de origen. Tanto Landry como Florida hacen énfasis en este aspecto de propiciar el surgimiento del talento local. Y eso supone un revés en la forma en que los políticos están abordando los problemas de desarrollo urbano.
Las administraciones recurren frecuentemente a la consulta, contratación y asesoría de grandes firmas de consultores externos, de costosos despachos de firmas de arquitectos famosos, realizan obras faraónicas que en la mayoría de los casos no son la solución sino la causa de un nuevo problema. Como dice el teórico del arte y la cultura Boris Groys, solo lo nuevo aporta un valor, ese enfoque enriquecedor no está aún descubierto, y esto no es una afirmación de perogrullo. Pero lo nuevo está en el territorio de lo salvaje, de lo desconocido, más allá de la frontera que separa lo oficial. En el museo nacional, en la universidad y la academia, en los archivos oficiales no está lo nuevo, ahí está lo establecido, lo ya conocido. Lo nuevo por descubrir, está en la mente de un creativo sentado en un parque público o en una plaza.
Los políticos que ostentan el poder, si quieren liderar una sociedad del conocimiento e impulsar la creación de una clase creativa, deben delegar en la ciudadanía y fomentar la democracia en todos los ámbitos de la gestión cultural. El modelo de desarrollo urbano y social que proponen, tanto Landry como Florida, pasa por dar más poder a la ciudadanía, por una gestión transparente, por modelos más participativos y por fomentar el asociacionismo autónomo. Todo ello forma parte de un cambio rotundo en el liderazgo político.
Es el fin de la era de los caudillos oradores y retóricos, de los que no escuchan, pero también es la debacle de los especialistas iluminados, de las grandes estrellas de la arquitectura. Es el fin de los consultores especializados en importar talento y recetas de otras realidades. Es el fin de los que susurran al oído del líder supremo las propuestas, los que urden, deciden y traman detrás del trono, en la sombra.
La cultura es el último reducto de la dedocracia, el coto de poder de una dictadura injustificable que impide y retrasa el desarrollo participativo de las ciudades. Los ciudadanos deben ser tomados en cuenta en las decisiones, que afecten el desarrollo integral de las ciudades. Cuando la industria cultural es el motor de ese crecimiento, la energía que cohesiona todo ese sistema, son las personas. Esa es la tarea pendiente de la democracia en el siglo XXI. Lo importante no es crecer mucho, si no crecer juntos.
Seikame